Mis Poetas

Homenaje al poeta Juan Gil-Albert





Una madrugada de 2004, en el programa de Radio Nacional “La estación Azul” que entonces se emitía los domingos por la noche, me encontré con de la poesía de Juan Gil-Albert.  Recuerdo que de repente se paró el tiempo y se produjo, en los espacios azulosos de mí vigilia, el milagro de descubrir un poeta que, como otros muchos, había estado silenciado.   Mientras los presentadores Ignacio Helguero y Javier Lostalé acompañados de  otros invitados dibujaban la silueta de su personalidad y su trayectoria en la vida, prendía en mí el deseo de saber más sobre él. 



Me impactó que en su exilio, después de haber sido rescatado del campo de concentración de Saint Ciprien, mientras esperaba un nuevo destino  que lo alejaría aun más de su añorada tierra y familia, se consolara viendo florecer las lilas.  Las lilas de la campiña francesa le recordaban las que florecían en su jardín.  El sentimiento expresado en este poema, hizo que me sintiera hermanada con él por haber vivido  la experiencia de la añoranza por estar lejos de mi tierra. Una de las múltiples ocasiones que me inundó este sentimiento lo había desencadenado un limonero en flor.   



En los días posteriores  busqué su obra.  Fui adentrándome en  Poesía Completa”,  Crónica General   y  Cartas a un amigo editados por Pre-textos.  Ha sido un placer pasear por su obra, percibir la aristocracia de sus sentimientos y constatar que a pesar de los prejuicios que se han tejido sobre él, tildándolo de elitista y decadente,  he podido descubrir a una persona preocupada por los demás: “Legislador es lo que me hubiera gustado ser. Basándome en la radical igualdad humana sazonada epidérmicamente con el esplendor de las diferencias infinitas, (habría querido) promulgar ese artículo primero que, repetirían cada mañana nuestros hijos en las escuelas públicas: todos somos iguales y tan distintos” (Breviarium Vitae, II, p. 691).



 Por último me quedo con esta afirmación suya:  La suprema elegancia es la bondad”


         LAS LILAS

Una primavera en Francia
yo vivía como un acosado del destino,
alejado de los demás hombres,
en la campiña francesa
bajo dulces cielos,
en los días en que de la vaguedad invernal
comenzaban a surgir y dibujarse
las graciosas formas de la naturaleza.
Humos y velos descorríanse diariamente,
y los suaves bosques cobrizos
comenzaron a llenarse de yemas
que olían en la noche,
y al nuevo día advertíase el verdor primaveral
combinado aún
con el mortecino musgo.
Hasta que triunfantes llegaron las lilas.
Mi naturaleza de español las recordaba
allá en la tierra más áspera,
como flores de selección
reclinadas en los vasos maternos,
pálidas de intimidad y de lujo,
como en el ala de un sombrero antiguo,
dejando su declinante aroma
en el salón penumbroso.
Ahora invadían todo el cauce del río,
como delicadas jóvenes señoriales
huyendo a la intemperie
de alguna repentina furia social.
Mis ojos no se cansaban de mirarlas,
allí extendidas y trepadoras,
ron sus vaporosas túnicas malva,
Irilanceantes al eterno cansancio de la brisa.
Su presencia era tan apremiante y extraña,
tan anuladora,
que olvidé al tierno jacinto azul
en el que cada año renacía mi pasión,
y dediqué todas mis horas a cortejarlas,
como si en la soledad de mi retiro,
fueran ellas las imágenes prometedoras
de una tentación tardía.
Las contemplaba desde mi alto balcón,
como un pastor deja sus miradas
tras las ovejas de sus sueños;
paseábame entre sus tirsos
en los que estaban prendidas
como en unas espléndidas estancias,
mostrando con patricio desdén
sus ojos color de violeta
y sus sonrosadas vestiduras.
La variedad de su balanceo
y su inagotable florecer,
me consolaba de su indiferencia,
y como no eran una sola criatura
a quien mirar sumiso,
sino un alma múltiple
encadenada al mismo misterio,
cada racimo de su despertar
era para mí un retoño de seguridades
y entre ellas viví engañado como tantas veces,
dedicando los latidos de mi corazón
a la hermosura de una sombra,
sombra muda que se interpone entre mi deseo
y la verdad que busco.


                                                                     
                                                                JUAN GIL-ALBERT
                                                                                             © Poesia completa – Pretextos  2004